Me impaciento por tu desdén. Me voy. Hace muchísimo calor, cruzo la calle en dirección al almacén del lugar mientras la sangre va hirviendo en baño María. Es estúpido, pero siempre me pregunté de qué María es ese supuesto baño…de tratarse de la bíblica: ¿por qué no existe entonces un “baño Jesús“? ¿Acaso Jesús no se bañaba? Y si resultase que no…qué caso tiene que Poncio se lavase las manos...digo…suciedad con suciedad, ¿no se anulan? Buen día. Buen día. Dos pesos de gomitas, sí, las de colores. Le pago a la señora y me maldigo por esta desgraciada costumbre de meterme dulces innecesarios a cualquier hora. Emprendo una caminata con rumbo incierto, masticando como condenada, pero tu cara aparece, y me lleva de vuelta a la escena de la cocina. ¿Con quién hablás? Con vos. No seas impertinente. No seas tonta. Es inútil intentar decir algo más, tus dedos se hallan enfrascados en la automática tarea de “enrular” el cable del teléfono y tus ojos se han perdido, otra vez, en el espejo del horno. Escucho que hablás: tenemos que retomar piano, tenemos que conseguir esas botas que habías visto, escribir más, volver a sacar fotos, sacarnos más fotos con él, reencontrarnos…
Esta vez me está mirando directamente a las pupilas, a través del reflejo. Le digo que está en lo cierto, que no tienen razón de ser estos mundos escindidos, y corto el teléfono del otro lado de la línea. Me arreglo el flequillo en el reflejo del horno, mientras advierto que, otra vez, he enrulado demasiado el cable telefónico.
hola.hola |
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