sábado, 4 de junio de 2011

Charla telefónica

Sos una exagerada. Te encuentro en el reflejo del horno eléctrico de la cocina y te lo digo. Puedo ver como sostenés el tubo telefónico y entrecerrás los ojos, al mismo tiempo que le hacés morisquetas a esa vos que te saluda desde el vidrio del horno. Te encanta llevar a cabo ese tipo de gestitos de chiquilla, te sentís más aunténtica. Siempre con eso de que todavía sos “una nena”, a pesar de que el DNI se esfuerce en demostrar lo contrario. Ciertas muecas al reirte y alguna que otra manera al llamar a las remiserías, me demuestran que no estás tan errada después de todo. Decíme, ¿por qué no querés crecer?. Vuelvo a los momentos en que intentás componer una pose de adulta responsable, cumplidora con sus obligaciones de ciudadana mayor, y sé que te matás de risa por dentro porque te encantaría estar pisando hojas secas y narrando cuentos en voz alta ante algún público de niñitos. Qué caso serio. Y además estás bastante chiflada. Te lo digo también. Esta vez me dirigís un ademán incomprensible con la mano izquierda, al tiempo que seguís hablándole a quien sabe quien al otro lado de la línea. ¿Vos viste las paredes de tu cuarto? No digo que sean indicio de alguna patología mental…pero me intriga saber qué te llevo a confeccionar tal diseño estrafalario. Estoy segura de que si te hubieran dado el visto bueno y una brocha, hubieses llenado el lugar de pequeñas huellas misteriosas, pintarrajeando aquí y allá.
Me impaciento por tu desdén. Me voy. Hace muchísimo calor, cruzo la calle en dirección al almacén del lugar mientras la sangre va hirviendo en baño María. Es estúpido, pero siempre me pregunté de qué María es ese supuesto baño…de tratarse de la bíblica: ¿por qué no existe entonces un “baño Jesús“? ¿Acaso Jesús no se bañaba? Y si resultase que no…qué caso tiene que Poncio se lavase las manos...digo…suciedad con suciedad, ¿no se anulan? Buen día. Buen día. Dos pesos de gomitas, sí, las de colores. Le pago a la señora y me maldigo por esta desgraciada costumbre de meterme dulces innecesarios a cualquier hora. Emprendo una caminata con rumbo incierto, masticando como condenada, pero tu cara aparece, y me lleva de vuelta a la escena de la cocina. ¿Con quién hablás? Con vos. No seas impertinente. No seas tonta. Es inútil intentar decir algo más, tus dedos se hallan enfrascados en la automática tarea de “enrular”  el cable del teléfono y tus ojos se han perdido, otra vez, en el espejo del horno. Escucho que hablás: tenemos que retomar piano, tenemos que conseguir esas botas que habías visto, escribir más, volver a sacar fotos, sacarnos más fotos con él, reencontrarnos…
Esta vez me está mirando directamente a las pupilas, a través del reflejo. Le digo que está en lo cierto, que no tienen razón de ser estos mundos escindidos, y corto el teléfono del otro lado de la línea. Me arreglo el flequillo en el reflejo del horno, mientras advierto que, otra vez, he enrulado demasiado el cable telefónico.


hola.hola

No hay comentarios: